29 jul 2009

nuestro jardín simbólico

Hemos visto que las flores que aparecen en muchos tapices medievales no están ahí por casualidad. Muchas de ellas tenían su significado y en un mundo más "imaginario", en el que la mayoría de la gente no sabía leer y la imagen tenía todo el poder de ilustrar contenidos de todo tipo, este significado se entendía y se interpretaba conjuntamente con los motivos principales.


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Hoy en día este conocimiento común se ha perdido en gran parte, igual como el saber acerca de las propiedades de las plantas. Lo tienen en cuenta los historiadores del arte y guías en los museos cuando llaman nuestra atención sobre este aspecto y nos explican el porqué aparece una fresa o una margarita, un lirio o una azucena. Intentaremos acercarnos a este mundo simbólico a través de nuestro jardín y con la ayuda de lo que nos pueden mostrar las obras textiles de esta época.

Loyola, una amiga nuestra, nos ha dejado un libro titulado "El alma de las flores", de Jesús Callejo Cabo, del que hemos extraído algunos de los pasajes que figuran más abajo.


Amapola
la flor del sueño

Quién iba a decir que se trata de una mala hierba. Ni su belleza ha logrado disipar una cierta leyenda negra que se ha tejido a su alrededor. El rojo de sus pétalos se ha asociado con la sangre y, junto con el amarillo y el negro se decía que eran los colores del infierno. Estas leyendas alimentaban supersticiones en torno a la amapola, como la que afirmaba que si cogías una flor durante la tormenta o un pétalo caía en tu mano, morirías fulminado por un rayo.

El conocimiento de las virtudes de la amapola es arcaico. Uno de los documentos más antiguos que describe el uso de las plantas medicinales, y entre ellas los de la amapola, es el papiro egipcio Ebers (hacia 1550 a.C.). Sus propiedades anestésicas y narcóticas son las que la han vinculado con los dioses mitológicos clásicos como Hipnos (la personificación griega del Sueño cuyos atributos son la adormidera y el cuerno con el que vierte su jugo) y su hermano gemelo Tánatos (la Muerte). Ambos son representados con flores de amapola y viven en el infierno. Las leyendas relacionadas con la frágil flor de amapola nacen en Grecia, puesto que algunos relatos nos dicen que Morfeo, dios de los Sueños e hijo de Hipnos, lleva esta flor con la que toca a los que quiere adormecer.

La amapola tiene indudables efectos narcóticos, sin olvidar los estimulantes, propios de algunas bebidas energéticas que consumen nuestros deportistas. Los antiguos también lo sabían, pues a los atletas griegos se les daba un brebaje de semillas de amapola, miel y vino antes de competir. Por si fuera poco, sus flores de aplicaban para rebajar la temperatura febril, para acallar el llanto de los niños y para calmar el dolor.

En los frescos que se han encontrado en las paredes del templo de Baco en Baalbeck, aparecen pintadas las amapolas, emblema de la muerte, alternando con el trigo, símbolo de la vida.



Campánula
la campana de la muerte

Escarbando en viejas tradiciones, comprobamos que algunas de las flores élficas son el pensamiento, la hierba cana, la dedalera, la campánula, la prímula, la hierba de San Juan, la margarita y el trébol de cuatro hojas. Flores protectoras que, además, actúan como potente remedio contra hechizos y los encantamientos.

Tal vez, la campánula sea la más poderosa de todas. Según una leyenda, en un monte donde crezca la campánula es peligroso acampar, ya que es un territorio donde las hadas tejen sus sutiles embrujos con la intención de encantar a todo bicho viviente que pase por sus contornos. Dicen también que el humano que escucha su sonido vibratorio, apenas perceptible, que emite una campánula al ser agitada por el viento es advertido de su próxima muerte. De hecho, en Escocia, le dan el nombre de “campana de la muerte”.



Margarita
la flor del oráculo


Los romanos creían que la margarita tuvo su origen en la metamorfosis que sufrió voluntariamente la ninfa Belides, cuando el dios de la vegetación y los árboles frutales, Vertumno, quiso protegerla del acoso que ella sufría por parte de un sátiro y no se le ocurrió otra solución que convertirla en una sencilla flor a la que puso el nombre Bellis, que en latín significa hermosa.

Sin embargo, al llegar el cristianismo se dio la vuelta a este mito y se hizo correr el rumor, hoy convertido en leyenda piadosa, de que las lágrimas que María Magdalena vertió, arrepentida, se convirtieron en bellas margaritas al entrar en contacto con el suelo.

En el folclore inglés existe una leyenda que nos lleva al reino élfico: Dice que el hada Milkah estaba encargada de alimentar al hijo adoptivo de un rey. Lo quería tanto que las comidas estaban preparadas fundamentalmente de margaritas, con la idea de que nunca llegara
a crecer y siempre conservara la inocencia de un niño, motivo por el que se asocia esta flor con facultades para detener el crecimiento de los niños.

Y otra leyenda, esta vez irlandesa, mucho más poética que las demás, nos dice que el hecho de que existan margaritas por los prados se debe a que las almas juguetonas de los niños las esparcen desde el cielo. Esta lluvia de flores es una manera de decirnos que nos quieren.

La margarita es también conocida como flor del oráculo de los enamorados. “Me quiere, no me quiere.....”, así intentaba Gretchen en el Faust de Goethe adivinar las intenciones de su pretendiente.

Pero no sólo los enamorados recurrían a esta flor. También predecía el futuro. Así nos consta que se deshojaba contando: “noble, mendigo, campesino”; siendo chico, y “casada, soltera, monja”, siendo chica. Los viejos la consultaron también: “cielo, infierno, purgatorio”. En fin, cada uno tenía una buena razón para coger una flor.

En tiempo de los caballeros andantes, cuando una dama no quiso ni aceptar ni rechazar las súplicas de sus amantes, adornaba su frente con una corona de margaritas y con este gesto quería decir: “lo pensaré”. Es una de las primeras flores en abrir sus pétalos al amanecer. Quizá por eso su nombre en inglés, Daisy, es una contracción de “day’s eye”, que significa “el ojo del día”.

Dentro de la medicina popular, esta flor adquirió fama de remediar las úlceras y prevenir la locura. Las margaritas púrpuras y otras especies fueron usados por los pueblos de las grandes llanuras de Norteamérica para distintos fines curativos. Su raíz servía para aliviar las mordeduras de serpientes o los resfriados. Recientes investigaciones han demostrado que la margarita tiene efectos anti-cancerígenos, antibióticos y muy beneficiosos para la cicatrización de las heridas.


Narciso
(Narcissus pseudonarcissus)


La versión más difundida sobre el origen de esta flor es la que nos cuenta Ovidio en su Metamorfosis. Nos dice que Narciso era hijo de Cefiso y de la ninfa Liríope, y tenía tal hermosura que todas las mujeres (y hasta los hombres) se enamoraban de él. El adivino Tiresias predice que el niño vivirá hasta muy viejo si consigue no mirarse nunca el rostro, así que fuera espejos y demás objetos reflectantes. Transcurre casi todo su tiempo cazando y mariposeando de aquí para allá, siendo la envidia de Olimpo. En él se fijan casi todas las miradas de ambos sexos. Su amigo Aminias se suicida de desesperación. sus enamoradas se desaniman y gritan venganza. Rechazó el amor de la ninfa Eco que, abatida, se abandona a su suerte y cada día se iba marchitando poco a poco, hasta el punto de que sólo quedó de ella una voz quejumbrosa. La ninfa así menospreciada se refugió en lo más solitario del bosque. La consumía su terrible pasión. Deliraba. Lloraba. Se enfurecía. Y pensó: ¡Ojala que cuando él ame como yo amo, se desespere como yo me desespero! Némesis, diosa de la venganza, escuchó su ruego....... En castigo hizo que Narciso, en un día de gran calor, agotado y sediento, se inclinara sobre una fuente y se enamorase locamente de lo que veía: su propio rostro reflejado en el agua. Desde entonces, su condena consistió en contemplar su rostro en las aguas de los estanques, desesperado al no poder abrazar esta otra imagen de sí mismo. En uno de sus intentos pierde el equilibrio, cae al agua y se ahoga. Al exhalar su último aliento nace la flor que lleva su nombre.

Sin embargo, hay otra interpretación del origen del nombre de esta flor. Dioscórides fue el primero en mencionar que el perfume de estas flores provoca una especia de amodorramiento que es evocado, curiosamente, por el propio nombre de narciso, que procede del griego narkè (sueño) de donde derivan las palabras narcótico y narcosis. Y las leyendas griegas lo que hacen es redundar en este efecto. El perfume del narciso es lo que hechiza a Perséfone cuando el dios Hades, seducido por su belleza, quiere raptar a la joven para llevarla consigo a los infiernos. Perséfone estaba entretenida en recoger flores silvestres de las praderas: rosas, azafrán, violetas, iris, jacintos y narcisos lo que, a la postre, fue su perdición.

No todo es malo en esta flor: En China acostumbran a obsequiar flores de narciso a comienzos del año nuevo con el propósito de asegurarse la dicha, la prosperidad y los goces más inmediatos.



Lirio
(Iris germánica)

El lirio es una flor bastante completa. Adoptada por varias religiones, ha sido utilizada como emblema de conceptos tan dispares como la castidad, la realeza y la lujuria.

En algunos países, tener lirios en casa se considera señal de mal agüero y, sin embargo, los griegos los tenían en gran estima porque creían que eran las gotas de leche de la diosa Hera, aquí surge un mito cosmogónico. Cuando la esposa de Zeus amamantaba al pequeño Hércules, unas gotas de su leche se vertieron en el cielo formándose nada menos que la Vía Láctea y las que cayeron a la Tierra se convirtieron en lirios.

Es una flor admirada y respetada por casi todas las culturas. Los asirios y otros pueblos de Mesopotamia consideran al lirio como una de sus flores sagradas. Los judíos adornaban sus altares y las columnas que estaban delante del templo de Salomón con esta flor. Para los musulmanes, el iris o lirio simboliza la esperanza en la vida ultraterrena y lo empleaban para adornar sus tumbas.

Antes que los griegos, los cultivaban los egipcios, que conocían bien las propiedades medicinales de sus raíces, cuyo polvillo, además, utilizaban las mujeres de aquél país para acicalarse. Durante siglos, y hasta no hace muchos años, nuestros antepasados siguieron las mismas costumbres, para tener un rostro de piel aterciopelada. Y en la cosmética natural, la leche de lirio sigue utilizándose.

Los japoneses toman un baño purificador con hojas de iris el 5 de mayo, para así obtener durante el resto del año protección de su cuerpo contra enfermedades y espíritus malignos. Luego las colocan sobre los techos de sus casas para protegerse de la influencia perniciosa del exterior contra los incendios.

Aunque se considera al lirio un símbolo de dulzura, pureza, belleza, inocencia y castidad, también tiene otras connotaciones. En la Edad Media se creía que el polen de esta flor disuelto en un vaso de vino o agua, hacía orinar en abundancia a la muchacha que lo bebía, si ésta ya no era doncella. Además, con la flor de lirio se elabora un perfume mágico, adecuado para quemar en el “nido de amor” con el fin de crear el clima propicio.

Los primeros cristianos identificaron esta flor con la Virgen María, para destacar su virginidad y todo porque dicen que el arcángel Gabriel llevaba una vara de esta flor en el momento crítico de la anunciación. El lirio simboliza el abandono a la voluntad divina por parte de los elegidos. En el Evangelio de San Mateo encontramos esta frase: “Y por el vestido ¿a qué preocuparse? Observad los lirios del campo ¡Como crecen! No se fatigan ni hilan y os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos” (6,28). Su majestad el lirio no tendrá poder, pero sí mucho esplendor en la hierba.

En tiempos de Carlomagno (siglo IX), se cultivó esta flor en toda Europa, sobre todo en Francia y España. De estos países es originaria la variedad de los xiphium: la flor amarilla o azul, formada por tres pétalos interiores (o estandartes), rectos, y por tres pétalos exteriores (o alas) colgantes; tanto aquellos como estos son compactos, lisos y resistentes.

Algunos botánicos norteamericanos encontraron en los años setenta del siglo XX una especie singular de lirio en las junglas de México. Esta extraña flor tiene la maravillosa propiedad de cambiar su color varias veces al día. Por la mañana temprano es blanca; hasta el mediodía es rosa y justo cuando llega este momento adquiere un color rojo. Por la tarde, el tono se va apagando hasta convertirse en naranja y hacía el crepúsculo se transforma en un color violeta. Por último, por la noche adquiere la pigmentación de un color azul oscuro. Este lirio mesoamericano parece haberse tomado muy en serio el espectro de arco iris, lo que daría credibilidad al mito de que estuviera dedicada a la griega Iris.

La raíz del lirio ha servido como eficaz amuleto y así, colgada al cuello, reconciliaba a los amantes que habían reñido. De origen vegetal, era muy usado en el valle de Ancares (entre Lugo y León), colgándoselo del cuello de los niños a fin de que no les atacasen las lombrices o "cocas".



La caña



La caña se encuentra en cualquier sitio del mundo donde existe un ecosistema suficientemente húmedo. Por ello está vinculada a los dioses de los ríos, a las ninfas, las sirenas y a Pan.

A lo largo de la historia de la humanidad, ha servido al ser humano de muchas maneras muy distintas: desde la construcción de casas, hasta las agujas de imán y las maravillosas flautas de Pan.
Los altos tallos lo convierten en símbolo de debilidad, fragilidad, pero también de la misericordia y bondad divina.

El suave susurro que provoca el viento en sus hojas lo convierte, al igual que al chopo, en símbolo de locuacidad, en el sentido positivo. Está asociado con personas que tienen facilidad de palabra.
Pero también es símbolo de charlatanería e indiscreción. Un ejemplo de ello es el barbero del rey Midas. Era el único que sabía que lo que el rey escondía debajo de su alto gorro era un par de orejas de burro.

Los dioses lo habían castigado de esta manera porque había preferido los sonidos dulces de la flauta de Pan al canto de Apolo. Cuando el barbero se vio obligado a contar este secreto a susurros a la Tierra, ésta le contestó dejando crecer en el mismo sitio una caña alta y esbelta. Y es esta caña la que lo sigue contando a quién quiere oírlo: lo bien que la flauta de Pan sabe contar historias de amor y pena - y que el rey tiene orejas de burro....


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